Entre el olvido y el desarrollo
En la ruralidad colombiana, es donde se define en gran medida la sostenibilidad del territorio, la cultura, la guerra y la paz, la soberanía y la seguridad alimentaria, la salud de la población, la conservación ambiental, entre otros aspectos imprescindibles para la vida en la ciudad.
Es allí donde se construyen las bases de una sociedad, que ha pasado por alto y en muchos casos subestimado la labor del “campesino”, ese sujeto social que va y viene entre la subordinación y el romanticismo de su trabajo, con quien se tiene una deuda histórica desde tiempos en que se hablaba de hacer patria o quizá mucho antes, desde cuando se hablaba de indio, luego de labrador y por último de campesino. Una categoría socioeconómica ambigua y relegada, un sector de la colectividad sumido en el dilema de su arraigo territorial y la falta de oportunidades y de reconocimiento de derechos, produciendo una grave y creciente migración hacia los principales centros poblados del país.
En Colombia, alrededor del 70% de la producción de alimentos es generada por los campesinos y la agricultura a pequeña escala, que según la FAO, es una contribución positiva a la erradicación del hambre y la pobreza extrema, además es la forma de promover la sostenibilidad alimentaria, ambiental y social de los pueblos. Siendo esta una razón suficiente para entender la relación urbano-rural, su interdependencia y la necesidad de contar con una ruralidad consolidada y con todas las garantías.
De manera que, es fundamental que las políticas públicas, las iniciativas privadas y demás esfuerzos se sumen hacia el fortalecimiento del campo y sus gentes, empezando por la valorización, reconocimiento y apropiación del patrimonio cultural de una población que envejece cada vez más, y que con ella crece el riesgo inminente de perder los oficios, usos, costumbres y formas de vida que hacen del campesino ser lo que es.
Así mismo, es importante reconocer que este sujeto rural ha tenido una presencia en el territorio y un uso del mismo desde épocas ancestrales, y que por tanto, no se le puede negar el derecho a ser autogestor de su entorno, de propiciar sus actividades y sus economías locales y de ser copartícipe en la conservación de los ecosistemas estratégicos, que nos prestan vitales servicios ambientales, como por ejemplo el asegurar la oferta del recurso hídrico, que se siembra y se cosecha en el campo.
En fin, es mucho lo que se puede hablar de este, un sector que desde hace tiempo ha estado en crisis y en el medio del conflicto, con grandes brechas de tipo económico, de acceso a la salud, la educación, las tecnologías, con gran inequidad en la asignación y uso de las tierras, así como la titularidad de estas, con falta de infraestructura vial y claramente una creciente desigualdad de género, entre otros temas. Pero que a pesar de ello permanece firme en su valioso papel en la sociedad, aportando a la transformación socioambiental.
Y como diría Velosa:
"Que vivan los campesinos
y que los dejen vivir
que el campo sin campesinos
existe sin existir"
Por: Diego Pinilla
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